Mañana toca en Buenos Aires este inglés de 74 años que es una leyenda del blues blanco. Aquí, desde su casona en Los Angeles, cuenta cómo sobrevivió tantas épocas creyendo en el poder expresivo del blues.
Fuente: Revista Ñ, Clarin, Bs As, Argentina.
Por: Silvia Maestrutti
John Mayall pela una guitarra a la hora de las fotos pero aclara que en su casa no trabaja. No tiene ahí su estudio ni su sala de ensayos. Dice que su filosofía de vida es la de separar la profesión y la vida familiar, y eso intenta en su casona de Woodland Hills, en las afueras de Los Angeles.
La postal en su jardín de rosas es bucólica. Los patos visitan la zona de la pileta, donde un aro de basquet recuerda que su hijo menor, Sammy, de 13 años, es un fanático de los deportes. «Mi hijo mayor, Gaz, de mi matrimonio anterior, es el único que está en la música. Tiene una banda de ska y reggae y un club en Londres, en Wardour Street, el GAZ’s Rocking Blues», le cuenta el veterano blusero a Clarín.
Para llegar al lugar de su casa que eligió para hacer la entrevista, una sala de proyección de películas rodeada por telones negros, hay que pasar por una especie de pub inglés, sin ventanas. Las paredes son un collage en el que Mayall expresa su hobby de coleccionista. Hay un gran cartel de neón, muñecas y armas antiguas, plumas, postales y fotos, un violín, los pocos restos salvados del incendio que le quemó su famosa casa de Laurel Canyon y un set lleno de polvo de las afamadas armónicas Hohner.
Mayall cumplió 74 años en noviembre, pero no está pensando en retirarse. Por el contrario, el listado de su gira mundial, que lo lleva junto a su banda The Bluesbrakers mañana por tercera vez a Buenos Aires, no presenta muchos días de descanso.
No deja días libres entre los shows. ¿Cómo se entrena para el fogoneo de esos tours?
¿Entrenamiento físico? Ninguno, bueno, salvo la natación. Se me hace muy fácil, lo vengo haciendo desde hace tanto tiempo. No tener días libres en las giras te da un «momentum» y además hace que pases menos tiempo en la ruta. Prefiero dedicarle un tercio del año al trabajo y el resto del tiempo pasarlo en casa, con mi familia.
¿Se hace tiempo para hacer un poco de turismo en los lugares que visita?
Casi nunca. Hank (Van Sickle, el bajista) es fotógrafo y se la pasa sacando fotos de cada lugar al que vamos. Yo prefiero guardar mi energía y descansar para estar fresco para el show en la noche.
¿Recuerda algo de sus dos visitas anteriores a Argentina?
No te podría contar una memoria de un show de la semana pasada (se ríe). Francamente, hacemos tantos shows, vamos a todos lados. Lo importante es la reacción del público esa noche, la idea es conectar con todos y si lo hacemos ya estamos hechos. Y empezamos a pensar en el próximo show. Es emocionante que la gente recuerde tus letras.
En su primera visita, al festival Rock & Pop (1985), todavía había en el país un clima hostil hacia los británicos por la guerra de Malvinas. ¿Llegó a percibirlo?
Nunca tenemos ninguna clase de reacción de naturaleza política porque una vez que empezamos a tocar, lo único que importa es el blues. La música es sanadora, como decía John Lee Hooker en The Healing Game. La música levanta el espíritu de la la gente y la hace olvidarse de los problemas que tiene. Siempre ha sido así.
En su afán por vivir el presente minuto a minuto, a Mayall se le perdió el recuerdo de Pappo pero, por suerte, tampoco registró a Miguel Mateos gritando el desafortunado «No me tiren barro, guárdenlo para los ingleses» aquella tarde en Vélez… Dice que no es una persona política pero se apasiona por un momento al hablar de las elecciones presidenciales en Estados Unidos. «Nada va a ser peor que George Bush», se ríe.
¿Obama o Hillary?
No puedo esperar; qué importa quién sea mientras no sea Bush. Es excitante que haya dos candidatos que nunca fueron presidentes, una mujer y un negro. Quien gane, y espero que uno de ellos dos gane, va a protagonizar un momento histórico.
Hay músicos como Bono que tratan de cambiar el mundo. ¿Usted qué piensa de eso?
El es muy famoso, en una escala del 1 al 10, yo soy un 2 y él es un 10. El es lo suficientemente famoso como para intentar que la gente lo escuche. Yo estoy muy lejos de eso. Tengo un solo hit en mi carrera, The Turning Point, y eso fue en 1969. Igual, hago mi aporte a través de las canciones.
Hablando de «The Turning Point», se mudó a California en 1968. ¿Se puede decir que ese es uno de los momentos decisivos en su vida?
Es muy probable que así sea. Y la razón de mudarme a California no tuvo nada que ver con la música, fue por el clima. En Inglaterra está siempre lluvioso, aquí es fantástico. Cada ciudad tiene su vibra y me enamoré de Los Angeles. Para reflejar eso fue que escribí el disco Blues from Laurel Canyon. Otros momentos claves en mi vida fueron cuando Eric Clapton entró a los Bluesbrakers, hacer The Turning Point sin batería, usar músicos de jazz. Por suerte, hubo muchos momentos excitantes.
¿Cambió algo su rutina tras haber recibido La Orden del Imperio Británico de manos del príncipe Carlos?
No cambia nada, es un lindo reconocimiento de mi trabajo. Me permitió ver que hay detrás de las puertas del Palacio de Buckingham, porque toda la vida uno lo ha visto desde afuera. Dicen que ahora puedo bautizar a mis nietos en la catedral de St. Paul. Pero la verdad es que no me imagino haciéndolo.
La BBC hizo un documental sobre usted recientemente llamado «El Padrino del Blues» («The Godfather of Blues»). ¿Le gusta ese título?
Se ha dicho durante tanto tiempo que uno se acostumbra (se ríe). Creo que intentan halagarme, hay gente que necesita darte esos títulos. De todos modos, es lindo ser reconocido por ser un abanderado del blues…
Cuenta que ha logrado sobrevivir tantos años haciendo su música, sin seguir las modas, gracias a su público. «Toco música que es real: la gente me responde porque soy honesto» . Y por supuesto que no cree eso de que el rock and roll, o el blues, puedan morir en cualquier momento. «El rock, el blues y el jazz es música creativa que no tiene ver con los hits, con la cosa del momento. Son parte de nuestra cultura, tienen que ver con la emoción, con los instintos; es una voz que está siempre y nos dice qué nos pasa».
Mecenas abandonado
Por las filas de su banda, The Bluesbrakers, pasaron músicos que luego harían leyenda por su cuenta como Mick Taylor, Mick Fleetwood, Peter Green y, más notoriamente, Eric Clapton. Este lo dejó para unirse a Cream, Mick Taylor se fue a los Rolling Stones, mientras Peter Green y Mick Fleetwood formaron su propia banda, Fleetwood Mac.
¿Cómo se sintió ante esas partidas? «No fue una sorpresa, fue muy natural. Cuando alguien decide partir uno se da cuenta y lo mejor que puede hacer es estimular a esa persona para que se vaya en su propia dirección. Y como líder de la banda eso te permite traer nuevos elementos y eso es excitante en sí mismo. Cada vez que alguien se va podés hacer cosas diferentes», cuenta.
¿Se siguen viendo con Eric Clapton?
No realmente. El es de otro planeta. Yo soy de más bajo perfil, pero él es una estrella gigantesca. Eric mantiene su vida privada separada del resto. La última vez que lo vi fue en un concierto que se organizó cuando yo cumplí mis 70 años. Y aunque no lo había visto por 10 años, una vez que empezamos a tocar juntos fue como si el tiempo no hubiera pasado en absoluto.