Fuente: www.lanacion.com.ar | Domingo 7 de setiembre de 2008
Por: Ricardo Carpena

Se amplía la oferta de publicaciones de títulos memorables que los principales sellos guardan en sus archivos.

El jazz no vende millones de discos, sino miles. El jazz no llena estadios de fútbol, sino teatros. El jazz no es un negocio millonario, pero… ¿por qué debería serlo? Sobre todo, en la Argentina, es música de una gran minoría que, lentamente, comienza a avanzar y a convertirse en un fenómeno modesto, pero sostenido, con raíces nacionales que se expanden en cientos de nuevos artistas, escenarios y álbumes.

En las bateas argentinas, los aficionados de siempre y los nuevos no siempre pudieron encontrar lo que querían, lo que necesitaban. Las compañías discográficas han mantenido una política demasiado errática respecto de este género, a tono con las cíclicas crisis y reajustes que se llevaron personal especializado y que concentraron los planes de edición en aquellas figuras que garantizaran ventas rápidas y seguras.

El jazz no vende millones de discos, pero por algo se mantiene a lo largo del tiempo, por algo logra que cientos de personas compren un disco grabado en los años treinta o cincuenta y por algo, en definitiva, los sellos locales siempre lo terminan buscando como símbolo de que no sólo apuestan estratégicamente a los luismigueles , teenangels y patitos feos sino a otros públicos que, aunque sea, aportan prestigio.

Estado de la cuestión

En los últimos años, la única compañía con una política coherente en materia de edición de discos de jazz ha sido Sony BMG, mientras EMI se movió espasmódicamente (pese a tener un tesoro en sus manos como el sello Blue Note) y Universal, por suerte, volvió a la vida el año pasado con claros signos de que recuperó la buena senda. ¿Y Warner? Hace mucho que se limita a lanzar las nuevas producciones de artistas como Pat Metheny, Bill Frisell, Brad Mehldau o Joshua Redman, pero virtualmente ignora la riqueza del catálogo de sellos de su propiedad, en especial Atlantic Records.

Hace cuatro años pareció romper el maleficio cuando editó nada menos que 20 discos originales dentro de una serie que llamó Jazz Masters, pero desde entonces quedó interrumpida. Recién el año pasado lanzó el magistral doble Somewhere Before. The Atlantic Years 1968-1975 , que rescata las primeras grabaciones de Keith Jarrett.
Hoy, la gran noticia es que, por fin, Warner ha decidido volver a editar jazz con un plan de ediciones y de reediciones que procurará, según promete, no agotarse rápidamente. Por lo pronto, ya están en las disquerías no sólo cuatro álbumes históricos sino también una rareza de 2006: Double Standards , de Lea DeLaria, una poderosa cantante norteamericana de jazz, también escritora, actriz y militante lesbiana. Entre las previsiones para los próximos meses, además, figura la edición, por primera vez en nuestro país, de varios discos del legendario pianista Lennie Tristano.

Los cuatro fantásticos de Warner son todos discos grabados en 1959: Giant Steps , esa lección de orfebrería del hard bop a cargo de John Coltrane, que incluye la archiclásica balada «Naima»; Blues & Roots , de Charles Mingus, con la experimentación de una big band que no funciona como tal y el explosivo ritmo de «Wednesday Night Prayer Meeting», que cualquier psiquiatra podría recetar contra la depresión; Pyramid , de The Modern Jazz Quartet, con seis perlas del collar enhebrado por el pianista John Lewis y sus muchachos, que demuestran que de cool sólo tuvieron la fama, y The Shape of Jazz To Come , de Ornette Coleman, uno de los más excitantes registros que dejó el padre del free jazz, con Don Cherry, Charlie Haden y Billy Higgins.

Contraataque

A la bienvenida resurrección jazzera de Warner, de todas formas, Sony/BMG le respondió este mes con otra colección de reediciones para sacarse el sombrero: Weather Report , de 1971, el álbum debut del grupo que lideraron Wayne Shorter y Joe Zawinul, aquí junto a Miroslav Vitous, Alphonse Mouzon y Airto Moreira, con ese jazz electrificado y atmosférico que se caía del árbol de In a Silent Way , de Miles Davis; Jaco Pastorius , de 1976, el primer disco solista del bajista de Weather Report que hizo el milagro de multiplicar las cuatro cuerdas de su instrumento, y Porgy And Bess , de 1958, la inmortal ópera de los Gershwin en una de las mejores muestras de la libre asociación entre la trompeta de Miles Davis y las cuerdas dirigidas por Gil Evans.

Finalmente, de este mismo sello aparecieron los cinco primeros títulos de la serie Jazz Profiles, a precio económico y orientada a los que quieren iniciarse en el jazz: Stan Getz, Miles Davis, Duke Ellington, Gil Evans y Chet Baker aparecen aquí con un puñado de sus clásicos, con un booklet que incluye una buena nota biográfica.
Si esta creciente tendencia de editar y de reeditar se contagia a otras compañías, algo adormiladas, podríamos decir que seguramente el jazz no venderá millones de discos, pero sí que podrá hacer feliz a miles de argentinos sedientos de buena música.

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